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05/18/2012 / José Quintás Alonso

Un problema organizativo

A continuación puede leerse el artículo de Pau Monserrat que titula: «Si se rompe el euro»; la hipótesis que contempla, las explicaciones y caminos que apunta señalan claramente -a mi parecer- como en la UE más que un problema económico tenemos un problema organizativo.

Pasen, lean y reflexionen:

«Mucho se está hablando en los últimos meses de la eventual ruptura de la Unión Monetaria Europea (UEM), núcleo duro de 17 países de la Unión Europea que, además de formar un mercado común, comparten una misma moneda y una política monetaria común.

Pese a los lamentos de los políticos europeos de turno, dando la culpa de la posible fragmentación o ruptura de la Zona Euro a una crisis económica de magnitud histórica, esta debilidad de la UEM era conocida desde la misma firma de los Tratados correspondientes. Principalmente los economistas de EE.UU. alertaron de los peligros de una zona integrada monetariamente pero sin políticas fiscales comunes. Su tesis es que los países europeos integrados en el euro eran económicamente muy diferentes; a diferencia de los estados federales americanos, en caso de que una crisis afectara con más intensidad a unos países que a otros (como ocurre actualmente), sin una política fiscal común no hay apenas mecanismos de estabilización en Europa.

La situación actual

Los ciudadanos de un país europeo tienen una movilidad laboral limitada (por el idioma, la cultura y las trabas de cada mercado laboral) y no hay mecanismos de transferencia de recursos automáticos entre países. Sin mecanismos para transferir rentas de unas zonas a otras, y con la imposibilidad de devaluar la moneda para reflejar esta pérdida de riqueza del país, el desastre está asegurado.

Si se critica a los economistas por no acertar nunca en sus predicciones y solo saber explicar lo que ya ha pasado, esta crisis del euro no es un caso a esgrimir: lo que nos está pasando hace años que se predijo. Y no en círculos reservados a la élite, que a mí me lo explicaron mis profesores en la universidad.

Los asesores de los políticos europeos de turno imagino que se lo explicaron debidamente (otra cosa es que lo entendieran, que la economía no se aprende en dos tardes). Sin embargo, conseguir que tantos países diferentes (no olvidemos que hemos estado en guerra no hace tanto tiempo) acepten perder soberanía fiscal a favor de un entre supranacional no es una tarea sencilla.

Tal vez sea necesaria una crisis económica que nos sitúa al borde del abismo de la recesión mundial para que se tomen las medidas necesarias:

  • Creación      de una Hacienda Europea, que monitorice los presupuestos nacionales y      tenga voz y voto en su confección.
  • Instauración      de mecanismos de endeudamiento común garantizados por todos los países (el      conocido Eurobono).
  • Ingresos      comunes (tributos a nivel europeo) y gastos coordinados (sueldos de      funcionarios, inversiones en infraestructuras, estados del bienestar,      etc).
    Estamos hablando del sueño europeo, que culminaría con la verdadera      intención del proyecto de la unión: la paz entre países y una prosperidad      común.

Conjuntamente con estos cambios, sería imprescindible avanzar en la democratización de las instituciones supranacionales; los ciudadanos deben formar parte activa de las decisiones que se tomen, eligiendo a sus gestores. Y ello conlleva una modificación profunda del sistema electoral, algo que implica asumir que somos ciudadanos europeos.

Dudo de que tengamos políticos y ciudadanos capaces de asumir lo que implica todo ello; sin embargo, tal vez la economía obligue: no hacerlo nos puede arrojar al foso de la depresión económica durante años o, incluso décadas. Y no olvidemos la historia, cuyo desconocimiento nos castiga con la penitencia de repetir cíclicamente nuestros errores: épocas de tinieblas económicas producen guerras entre hermanos.

Escenarios posibles

Tal vez uno pueda pensar que lo que he expuesto hasta aquí es una situación apocalíptica que nunca se dará. Opino y, sobretodo, deseo que así sea, pero está en la mano de todos que vivamos un escenario u otro. Lo que ocurrirá me temo que no lo puede prever un economista utilizando los modelos que la macroeconomía y otras disciplinas ponen a nuestra disposición. Dependemos de decisiones políticas, y éstas están condicionadas al poder que tienen detrás presionando. Sin embargo, por imperfecto que sea el modelo democrático en el que vivimos, las decisiones de los políticos también dependen del miedo a perder nuestros votos. Por tanto, el ciudadano europeo tiene mucho que decir en el proceso.

La salida de España del Euro, que personalmente descarto, si bien es más una esperanza que una predicción, ya que depende de las decisiones de los políticos y los poderes que los sustentan, se podría producir en diferentes escenarios, cuyo efecto sobre nuestros ahorros y deudas no sería el mismo. Principalmente:

  1. Expulsión      de España del euro, sin garantizar el resto de países los ahorros en      euros, con la posibilidad más grave de un verdadero corralito en      España. En este caso excepcional es del todo impensable que siguiera      existiendo la moneda única e, incluso, la propia Unión Económica Europea.
  2. Salida      ordenada de nuestro país de la moneda única, con el respaldo y      coordinación del resto de Estados. En este caso podríamos contemplar el mantenimiento      del euro en un grupo selecto de países o la vuelta de cada país a      su moneda nacional.

Cada escenario implica unos riesgos diferentes para nuestros ahorros y para nuestras deudas.

En el caso más extremo, que personalmente descarto totalmente, la Unión Económica se podría desintegrar, dejando a cada país a su suerte. Un corralito a la argentina en España sería una posibilidad a tener en cuenta; ello implicaría que nuestros ahorros en euros pasarían a valer su equivalente devaluado en nuevas pesetas, que además no podríamos sacar cuando quisiéramos. La forma de proteger nuestro dinero y su capacidad de compra pasaría por no tener el dinero en los bancos de España. Repito que esta posibilidad es mera economía ficción y que en ningún caso recomiendo a nadie que saque su dinero del banco.

Dicho esto, para protegernos de un corralito a la española, lo ideal sería cambiar nuestros euros por dólares, francos suizos o alguna otra divisa cuyo recorrido respecto a la nueva peseta fuera favorable en su posterior cambio. Y tener el dinero en efectivo en nuestra casa. Otras alternativas sería comprar activos refugio, como el oro u otro tipo de metales preciosos de fácil compra y venta.

Hay otras alternativas a estudiar, como la compra de acciones, fondos de inversión, ETFs u otro tipo de producto financiero cuya inversión sea en activos denominados en otra moneda que no sea el euro. Y que el depositario-gestor no esté domiciliado en España.

La estrategia para proteger nuestros ahorros de un corralito, por tanto, pasa por no tener el dinero en bancos españoles. Los hipotecados y deudores de préstamos personales o tarjetas estarían en una curiosa situación; sus deudas pasarían a estar valoradas en una peseta devaluada, con la pérdida de valor de la deuda que ello conlleva. En cierta manera, y según la composición del resto de activos de la familia, se ganaría con la caótica situación. Eso sin valorar la quiebra en cadena de entidades financieras, españolas y extranjeras. ¿Qué pasaría si nuestra hipoteca nos la concedió una entidad extranjera y ésta quiebra? en principio nos reclamaría la deuda el que se la adjudicase en la quiebra, pero el proceso sería largo y, seguramente, estaríamos un tiempo sin saber a quién pagar.

En el caso de que España abandonara el euro pero la divisa siguiera existiendo en un grupo de países fuertes, en los que imaginamos estaría Alemania y Francia, la estrategia de protección de nuestros ahorros podría variar. Al seguir existiendo el euro, podríamos sacar el dinero en esta misma moneda y guardarlo en casa, para evitar la devaluación automática de nuestros depósitos al pasarlos a pesetas. Una opción a valorar sería abrir una cuenta de no residentes en países como Alemania, en euros. En definitiva, la idea sería mantener euros y evitar que nos los convirtieran en nuevas pesetas. En este escenario no es necesario comprar otra divisa como el dólar, con el riesgo de cambio que ello conlleva.

Para el que debe dinero al banco, el problema podría ser grave, en el caso de que los ahorros se transformaran en pesetas pero las deudas siguieran denominadas en euros. De un día para otro, el esfuerzo financiero para pagar la hipoteca o el préstamo personal se dispararía, ya que nuestros ingresos en pesetas serían menores en relación a nuestras deudas en euros. Lo lógico sería que el gobierno obligara a redenominar las deudas en pesetas, para evitar este desequilibrio financiero familiar; pero en el terreno de lo incierto estaríamos.

Si desaparece el euro como moneda de todos los países pero de forma coordinada, con la garantía conjunta de los depósitos de todos los ciudadanos, el peligro de corralito desaparecería. La estrategia no pasaría por sacar el dinero de los bancos, sino por tenerlos en otra divisa favorable en cuanto a evolución del tipo de cambio. Una forma sencilla de proteger nuestros ahorros sería abrir una cuenta en divisas, en nuestro mismo banco en España. Por ejemplo, una cuenta en dólares. Al deudor lo que le ocurriría sería que vería que su deuda en euros, sea hipoteca, préstamo o tarjetas, pasaría a estar denominada en pesetas.

Incertidumbre en el horizonte

Lo que va a pasar con la Unión Monetaria Europea nadie lo sabe, más allá de Merkel y pocos más. Para hacer predicciones sobre decisiones, en economía utilizamos herramientas como la teoría de juego; esta disciplina calcula lo que harán nuestros adversarios en función de su mentalidad y efectos del propio movimiento que realice.

Aplicado al momento en que vivimos, se trataría de analizar el coste que tiene para Alemania perder un mercado único al que exporta más de un 60% de su producción, tanto por la ruptura de los acuerdos de libre comercio como por el encarecimiento relativo de sus productos al asumir un marco fuerte. En la otra balanza está su creencia de que los países díscolos no somos productivos y gastamos más de lo que ingresamos por incapacidad o mentalidad despilfarradora y que en este contexto invertir dinero para mantener el euro es tirar.

Lo más probable, y ello no significa que sea lo que vaya a pasar, es que Alemania y el resto de países fuertes acepten destinar los ingentes recursos necesarios (que salen en gran parte de sus contribuyentes) para mantener el euro, a cambio de una integración fiscal que Alemania diseñará en base a su visión de austeridad y control inflacionario. Desde luego Alemania tendrá que aprender a escuchar al resto de países, ya que de momento su incapacidad de liderar el proyecto europeo está causando mucho descontento fuera de sus fronteras.

No creo que el euro desaparezca, si bien algún país puede que salga de la moneda única (descarto que entre ellos pueda estar España); iremos a una mayor integración fiscal a la alemana; lo cual significa que la costumbre del país de gastar más de lo que se ingresa está en peligro de extinción. No es una mala noticia, siempre que seamos capaces de gestionar nuestros menguados recursos para implementar políticas de creación de empleo.

Porque más allá de los números, las cábalas y las teorías económicas, está el bienestar de las familias: si no pueden generar ingresos para vivir dignamente, el proyecto europeo será un rotundo fracaso.»

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