La era de la perplejidad. Repensar el mundo que conocíamos-3
En el libro publicado por OpenMind (BBVA) “La era de la perplejidad. Repensar el mundo que conocíamos”, escribe Robin Mansell (La realidad recuperada: una investigación sobre la era de los datos). De dicho artículo copio y pego algunos párrafos que están en cursiva.
Mi opinión:
- Pienso que el tema que plantea Robin Mansell se irá resolviendo merced a la velocidad de la propia innovación y disrupción tecnólogica, al tiempo que los diferentes Estados toman medidas (democráticamente en algunos – en estos, los ciudadanos/as y clientes, influirán en las políticas- y de otras formas en el resto). ¿Habrá vencedores y perdedores?: posiblemente. La UE necesita tomar decisiones para situarse en estos escenarios…
- La adivinanza del futuro que viene es difícil o imposible; lo que si me parece obvio es que la democracia tal como la conocemos, con unos partidos políticos e imaginario del siglo XIX-XX, tiene que adaptarse, tiene que cambiar… como cambia todo (y ese cambio no creo será un retorno a un pasado irracional, con su Stalin o Hitler de turno). Precisamos «Trabajo racional en equipo /pluri-multi-trans-disciplinariedad»
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Con la posible excepción de la nanotecnología y la biotecnología, ninguna otra tecnología parece prometer tantas mejoras en las vidas de los ciudadanos como la digital. Esta se distingue por su ubicuidad y sus múltiples aspiraciones de uso. Las tecnologías digitales están implicadas en cómo trabajamos, cómo compramos, cómo aprendemos y cómo jugamos, y desempeñan el papel vital de empoderar a los individuos y las comunidades. Se espera que la aplicación de dichas tecnologías incremente la productividad y la competitividad, transforme los sistemas educativos y culturales, estimule el intercambio social y democratice las instituciones. Aun así, hay constantes peticiones para reevaluar su gestión cuando los beneficios prometidos van acompañados de peligros, reales o imaginarios, para los consumidores y los ciudadanos en general. La difusión de estas tecnologías por toda la sociedad está poniendo en cuestión nuestras ideas más arraigadas sobre el poder, los privilegios y la influencia social. Urge evaluar si estas aspiraciones están siendo realmente realizadas, dada la posibilidad que de los supuestos beneficios puedan tornarse en promesas vanas o acaben siendo simples aproximaciones a las transformaciones profundas que se prometían.
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Aunque la Declaración de Principios acordada en la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información, celebrada en 2003, hace hincapié en el «deseo común y el compromiso de construir una sociedad de la información centrada en las personas, inclusiva y orientada al desarrollo», en consonancia con la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, predomina una aproximación centrada en la tecnología, tanto en la literatura sobre políticas y comercio como en la literatura de muchas ramas académicas. Algunos expertos insisten en que no existe un modelo único de sociedad digital, pero persiste el modelo homogéneo que minimiza los factores sociales, culturales, políticos y económicos que pueden conducir a resultados de inversión digital muy diferenciados. Incluso cuando las visiones de una vía hacia el futuro transformadora surgen de la deliberación de múltiples actores, la suposición subyacente es que serán los mercados competitivos los que la traigan, a pesar de que los mercados de servicios digitales no operan de acuerdo con los supuestos de la teoría del mercado perfectamente competitivo. La opinión predominante es que la innovación en el ámbito digital debe entregarse al mercado con la menor intervención política proactiva posible. Una excepción a todo esto se encuentra en el ámbito de la cualificación digital. La brecha de habilidades es sustancial y hay mucho debate acerca de la descualificación y la mejora de la cualificación. La dirección que lleva la innovación digital está afectando a la distribución de ingresos de las poblaciones, reemplazando a seres humanos por máquinas para umentar la productividad, con predicciones muy variables sobre la gravedad de la amenaza para la subsistencia de los trabajadores y sobre la rapidez con que se producirá el desplazamiento laboral. Es muy escasa la oferta de trabajadores cualificados en ámbitos como la inteligencia artificial (IA), la gestión de datos, el control de calidad de los datos y la visualización de datos. Los estudios sobre la brecha digital suelen centrarse en la mejora de competencias en el ámbito técnico. Muchos países están introduciendo estrategias para mejorar la cualificación en materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, incluida la codificación). Estas cualificaciones son necesarias para el empleo en análisis de datos, la ciencia de los datos y el campo de la IA, pero la falta de equidad en el mundo digital no puede ser abordada sin prestar atención a otros elementos determinantes de desigualdad y exclusión.
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El analfabetismo digital es un problema creciente. Hay herramientas para filtrar y censurar la información, pero cuando los menores y los adultos no pueden discernir un anuncio o entre «noticias falsas y noticias fiables», se ponen en cuestión los supuestos fundamentales de la participación cívica en el sistema político. En el Reino Unido, las investigaciones demuestran que solo el 25 por ciento de los niños de entre ocho y once años pueden entender la diferencia entre un anuncio o un enlace patrocinado y un post corriente colgado en las redes sociales. Alrededor del 33 por ciento no lo saben diferenciar. Algo menos del 50 por ciento de los niños de entre doce y quince años y solo seis de cada diez adultos podían explicar la diferencia1. Investigadores estadounidenses examinaron a estudiantes de todo el país y también hallaron que relativamente pocos podrían distinguir un anuncio de una noticia o de la información de un grupo de presión política. Concluyeron que «nos preocupa que la democracia se vea amenazada por la facilidad con que se propaga y prospera la desinformación sobre los asuntos cívicos».2
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Manuel Castells señaló a finales de los años noventa la gran brecha existente entre el «sobredesarrollo tecnológico» y el «subdesarrollo social», y esta brecha sigue ampliándose.4 Reducirla requiere considerar vías alternativas para el futuro de las sociedades digitales, pero el debate actual se centra básicamente en cómo garantizar el derecho público de acceso a la información, la libertad frente a la vigilancia indeseable y la protección de la privacidad individual utilizando las tecnologías disponibles en el mercado.
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En la industria, el objetivo es garantizar, independientemente de los sesgos de los sistemas computacionales y las máquinas de aprendizaje, la investigación y el desarrollo, sean llevados a cabo con el objetivo de mantener a la gente segura, feliz y potencialmente más rica. El desafío para los responsables de la formulación de políticas es determinar no solo si los sistemas digitales actuales son explotadores o liberadores, inclusivos o exclusivos, sino también evaluar si la innovación avanza por un camino en el que los sistemas técnicos se conviertan en los principales impulsores de los resultados sociales y, crecientemente, nieguen la voluntad humana.
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Su premisa básica es que una «autoridad superior», por ejemplo el Estado, el sector empresarial o el cliente, tenga el control sobre los resultados del proceso de innovación.
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Ampliar la gama de los futuros que se pueden imaginar requiere de una agenda proactiva encaminada a guiar la vía de la innovación tecnológica digital. Los imaginarios sociales imperantes, que asumen una trayectoria «natural» de la innovación, están siendo cuestionados. Por ejemplo, Luc Soete se pregunta: «¿Es posible que la innovación no sea siempre buena para usted?».7 Sugiere que, en lugar de un proceso beneficioso de destrucción creativa al estilo de Schumpeter, que depende de un proceso continuo de innovación tecnológica, en la actualidad estamos siendo testigos de un período de «creación destructiva».
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Sin embargo, si la cuantificación de todo significa que las sociedades corren el riesgo de llegar a ser ingobernables por humanos, entonces hay que reevaluar la noción de que la cuantificación de la vida, permitida por sofisticados sistemas de IA y las aplicaciones, es sinónimo de mayor interés para la humanidad. Son posibles resultados alternativos, pero solo si un imaginario social diferente comienza a destacarse y a dar forma a las decisiones sobre la equidad y la justicia en el presente, y también sobre si la «autoridad superior» debe seguir siendo humana.
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Se necesitan políticas para mejorar la cualificación, hacer frente a los fallos del mercado, limitar los daños y reducir la desigualdad, pero las cuestiones más importantes planteadas por la invasión de la IA y el aprendizaje automático no deben dejarse en manos del mercado, de los negocios, del Estado ni de los representantes de la sociedad civil. Lo más importante es asegurar un sólido diálogo entre todas las partes que permita considerar las «nociones e imágenes normativas más profundas» que sustenten la creencia generalizada de que la dirección general del cambio tecnológico es consistente con la autonomía y el florecimiento humanos.
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