La tabla rasa
“La Tabla Rasa[1] fue una visión atractiva. Prometía, basándose en los hechos, hacer indefendibles el racismo, el sexismo y los prejuicios de clase. Parecía ser un baluarte contra el tipo de pensamiento que condujo al genocidio. Pretendía evitar que las personas cayeran en un fatalismo prematuro sobre las dolencias sociales evitables. Dirigía la atención hacia el trato de los niños, de los pueblos indígenas y de las clases marginadas. De este modo, se convirtió en parte de una fe secular y parecía constituir la posición general correcta de nuestros tiempos.
Pero la Tabla Rasa tenía, y tiene, un lado oscuro. El vacío que postulaba en la naturaleza humana lo llenaron con avidez los regímenes totalitarios, y nada hizo para evitar sus genocidios. Pervierte la enseñanza, la educación y las artes, y las convierte en formas de ingeniería social. Atormenta a las madres que trabajan fuera de casa y a los padres cuyos hijos no son como ellos quisieran que fueran. Amenaza con proscribir la investigación médica que podría aliviar el sufrimiento humano. Su corolario, el Buen Salvaje, invita a desdeñar los principios de la democracia y de «un gobierno de las leyes y no de los hombres». Nos impide ver nuestras deficiencias cognitivas y morales. Y en cuestiones de política ha antepuesto dogmas ñoños a la búsqueda de soluciones viables.
La Tabla Rasa no es un ideal que todos debiéramos rogar que fuera verdad. Muy al contrario, es una abstracción contraria a la vida y antihumana que niega nuestra humanidad común, nuestros intereses inherentes y nuestras preferencias individuales. Aunque pretende festejar nuestro potencial, hace todo lo contrario, porque nuestro potencial procede de la interacción de unas facultades maravillosamente complejas, y no de una oquedad pasiva ni de una tablilla vacía.
Con independencia de sus efectos buenos y malos, la Tabla Rasa es una hipótesis empírica sobre el funcionamiento del cerebro que se ha de evaluar desde la perspectiva de si es o no es verdadera. Las ciencias modernas de la mente, el cerebro, los genes y la evolución demuestran cada vez con mayor claridad que no lo es. El resultado es un esfuerzo en una última tentativa por salvar la Tabla Rasa, desfigurando para ello la ciencia y la vida intelectual: negar la posibilidad de la objetividad y la verdad, reducir los temas a dicotomías, sustituir los hechos y la lógica por poses políticas.»
̶Me parece que “Sustituir los hechos y la lógica por poses políticas” es un corto camino para llegar a la IRRACIONALIDAD pura y dura.
[1] Pinker, Steven. La tabla rasa. pág. 609
Debe estar conectado para enviar un comentario.