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03/08/2018 / José Quintás Alonso

¿Le dirías a tu madre esta simpleza?

El 8 de marzo de 2018, me enviaron el mensaje que ves a la izquierda.

Es un mensaje dirigido a las emociones, enteramente; Lo he copiado y transformado un poco

Porque nos obligaron.

Porque, desde pequeñitas, nos pusieron coronas, vestidos de tul, ropa que no nos dejaba jugar, porque no la podíamos manchar. Nos dijeron “qué niña más guapa” tantas veces, que nos creímos que era lo que importaba.

Y nos chutaron dosis diarias de príncipe azul, y así nos hicimos yonkies del amor, y aprendimos a necesitarlo para vivir.

Las princesas son guapas, están asustadas y se enamoran del primero que las salva. Y del segundo, y del tercero. Y esperan, encerradas en su torre, sin hacer nada para escapar de ella.

 

Y nosotras aprendimos a ser como ellas.

Aprendimos a obligarnos a ser guapas, que significa fracasar eternamente en intentar parecerles guapas a los demás.

Aprendimos a esperar a que el príncipe azul nos solucionara la vida, que significa construir nuestra existencia en torno a la idea de conseguir y mantener una pareja, y a sólo así sentirnos completas.

Aprendimos que estas dos cosas eran una pelea, que significa sentirnos amenazadas por todas las mujeres que nos rodean, no vaya a ser que sean más guapas, o que su torre le pille al príncipe más cerca.

Aprendimos a querernos poco, y sólo a costa de lo que nos quisieran otros.

 

Quedaos con mis vestidos de tul, mi príncipe azul, mi espejo y mi corona. Quedaos con mis complejos, mis miedos, mis vacíos y mis celos. Quedaos con todo eso que me habéis impuesto, que no lo quiero.

Porque necesito sitio para las botas, los libros, los cuchillos, los vasos y los ceniceros. Para los bolis, las fotos, los bocadillos y mis cuentos. Para los condones, la bici, los pinceles y los baberos. Para las cazuelas, los periódicos, el martillo, los clavos y los ligueros. Para bailar, correr, descansar y tirarme en la hierba a ver pasar el cielo. Para mis sueños, mis desastres y mis deseos. Para fracasar y empezar otra vez con mis proyectos. Para mis amigas, mis ligues, mis mujeres admiradas y mis no quieros. Para mi vida, al margen de lo que me aprendieron.

 

Quedaos con mi reino. Que a mí me hace falta sitio para el mundo entero.»

 

Porque nos obligaron.

Porque, desde pequeñitos, nos pusieron un caballo de cartón, vestidos superheroe, ropa que no nos dejaba jugar, porque no la podíamos manchar. Nos dijeron “qué niño más guapo y valiente” tantas veces, que nos creímos que era lo que importaba.

Y nos chutaron dosis diarias de princesa rosa, y así nos hicimos yonkies del amor, y aprendimos a necesitarlo para vivir.

Los príncipes son gentiles, son valientes  y se enamoran de la primera que les deslumbra con su belleza. Y esperan, velando por su familia, yendo del trabajo a casa.

 

Y nosotros aprendimos a ser como ellos.

Aprendimos a obligarnos a ser competitivos, que significa fracasar eternamente en intentar parecerles los mejores a los demás.

Aprendimos a esperar a que la princesa azul nos solucionara la vida, que significa construir nuestra existencia en torno a la idea de conseguir y mantener una pareja, y a sólo así sentirnos completos.

Aprendimos que estas dos cosas eran una pelea, que significa sentirnos amenazados por todos los hombres que nos rodean, no vaya a ser que sean más guapos, tengan más dinero, o que su torre le pille a la princesa más cerca.

Aprendimos a querernos poco, y sólo a costa de lo que nos quisieran otras.

 

Quedaos con mis trajes de superheroe, mi caballo de cartón, mi espada y mi corona. Quedaos con mis complejos, mis miedos, mis vacíos y mis celos. Quedaos con todo eso que me habéis impuesto, que no lo quiero.

Porque necesito sitio para las botas, los libros, los cuchillos, los vasos y los ordenadores. Para los bolis, las fotos, los bocadillos y mis textos. Para los condones, la bici, las zapas y los baberos. Para las cazuelas, la impresora, el taladro, los clavos y los crampones. Para correr, descansar, pisar cima y tirarme en la hierba a ver pasar el cielo. Para mis sueños, mis desastres y mis deseos. Para fracasar y empezar otra vez con mis proyectos. Para mis amigos, mis mujeres y hombres admiradas y admirados y mis no quieros. Para mi vida, al margen de lo que me aprendieron.

 

Quedaos con la torre y la princesa. Que a mí me hace falta sitio para el mundo entero.»

 

El mensaje que me enviaron (en femenino) le echa la culpa de algo a alguien, probablemente su madre y quizás sus tías, abuelas…No lo se. El de la derecha (en masculino) posiblemente también le echa la culpa a la madre y al hecho  de que el padre venia del taller o la oficina y tenía la cena en la mesa; y eso pues quien más tiempo pasada con las hijas e hijos hace 40 años, eran las madres (en la escuela no se decían esas «chorradas»). En fin, también puede decirse que la culpa la tiene la alienación producida por la superestructura generada por la sociedad capitalista

Yo, personalmente, no le mandaría ese escrito a mi madre ni a mi padre en circunstancia alguna. Justamente al revés: solamente tengo para ambos palabras de agradecimiento y una profunda admiración por como nos sacaron adelante. A ellos se lo debo todo.

Entonces, ¿por qué he escrito el de la derecha (el de los chicos). Para ilustrar lo fácil que es cometer errores y señalo dos:

  1. Considerar que los casos particulares permiten la generalización universal
  2. Considerar que los seres humanos son una “tabla rasa” al nacer; esta creencia, absolutamente opuesta al conocimiento actual es vieja en el pensamiento filomarxista; les agrada permanecer en el error, les agrada “creer” a pesar de las evidencias: Trofim Lysenko vuelve del más allá

 

 

 

 

 

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